Nunca digas siempre
Capítulo
1
“¿Qué
hay de mí?”
La
lluvia seguía cayendo y parecía que no iba a parar
nunca. Siempre me había gustado levantarme con aquel sonido,
así que de algún modo me sentía bien. Aunque
poco me duró ese bien estar, ya que caí en la cuenta de
que era lunes. Volvía a empezar una semana más, y eso
se podía traducir a rutina. Cada mañana era lo mismo;
las mismas pocas ganas de encontrarme con los estúpidos de mi
clase, de soportar sus bromas -a las que yo no les encontraba ni la
más mínima gracia- y a estar atenta en todas las
asignaturas. Además, de por sí detestaba madrugar.
Al
salir del baño, echándome agua para despertarme del
todo, bajé las escaleras hacia la cocina. Mis padres estaban
despiertos, como cada mañana, ya que empezaban a trabajar a la
misma hora que yo empezaba las clases.
“¿Qué
tal has dormido, Malena?” Mi madre levantó la vista de su
revista, sonriéndome.
“Bien,
mamá. Como cada noche.” Coloqué en una taza leche,
sentándome al lado de mi padre. Él me sonrió y
besó mi cabeza, algo que hacía cada mañana. Cogí
cereales y me dispuse a desayunar.
“Recuerda
que hoy cuando vengas nosotros no estaremos. Tu padre y yo tenemos
que trabajar hasta tarde.” Dirigí mi mirada hacia mi madre,
dándome cuenta de que no recordaba que hubieramos tenido esta
conversación antes. De todos modos asentí, ya que no me
apetecía hablar.
“Confiamos
en que puedas estar sola en casa, cariño. No sabemos a que
hora llegaremos, pero intentaremos que sea lo antes posible.” Mi
padre levantó la vista de su periódico, mirándome
seriamente.
“Está
bien. Me tengo que ir al instituto, nos veremos a la noche. O cuando
volváis a casa.” Puse la taza encima del mueble de la
cocina, al igual que los cereales. Fui a mi habitación, me
eché colonia y cogí la mochila. Bajé las
escaleras de nuevo y me dirigí hacia la puerta.
“Hasta
la noche. Diviértete en el instituto.”
Después
de oír esas palabras cerré la puerta. Me reí por
dentro ante la idea de divertirme en clases. Ya que ir allí
era un antónimo de diversión. Caminé hacia el
instituto. Por el camino pensé en mis padres. ¿Acaso me
conocían? ¿Se habrían tomado alguna vez su
tiempo en pensar en mí? ¿En mis gustos o ambiciones? ¿O
solamente me veían como a un individuo más en esa casa?
¿Como alguien a quien mantener? Pensando en mis cosas llegué
antes de lo esperado, miré la hora y me dí cuenta de
que quedaban cinco minutos para el comienzo de las clases.
Me
dirigí hacia la parte de atrás del recinto, donde solía
ir a la hora del recreo. No me apetecía esperar en los
pasillos ya que eso conllevaría ver a mis compañeros,
algo que prefería no hacer. Me senté en uno de los
bancos, al lado del gran árbol. Dejé la mochila a un
lado y opté por coger uno de los libros que había
empezado hacía poco.
Aunque
pareciera totalmente extraño a mi edad, la lectura era algo
que me apasionaba.
Desde
hacía un par de años nunca me había aficionado a
ello, supongo que no había encontrado el libro adecuado. Una
vez leí: <<Siempre hay espacio para una
historia que puede transportar a la gente a otro lugar.>> y
la verdad es que era cierto.
Sin
apenas darme cuenta oí el horrible sonido de la campana; muy a
mi pesar guardé el libro, cojí la mochila y me dirigí
a clase. Por el camino tuve que toparme con las miradas de todos,
aunque ni siquiera me prestaban atención. Siempre había
sido la chica invisible para los ojos de los demás, y siendo
sincera quería que las cosas siguieran así.
No
preocupaciones, no problemas, no escándalos, no cotilleos ni
palabras a mis espaldas. Simplemente nadie me prestaba atención,
y me había acostumbrado a ello.
Entré
por la puerta y me senté en el mismo sitio de siempre. Supongo
que era algo común en mí, normalmente me dejaba llevar
por la rutina. Coloqué lo necesario encima de la mesa y al
cabo de unos minutos el profesor entró a clase. Biología
a primera hora.
“Bienvenidos
alumnos. Pasaré lista y seguiremos donde lo dejamos en la
última clase.” Dejó sus cosas en la mesa y
colocándose en su silla, empezó a decir nombres. En ese
momento tocaron a la puerta. “¿No dijimos que no volvería
a ocurrir? No sé qué hacer con usted.”
“No
se enfade, debería sentirse halagado por el hecho de que haya
venido a su clase. A muchas ni siquiera vengo.” Justin entró
en clase, haciendo que los demás rieran ante su comentario. A
este tipo de personas me refería cuando los califiqué
por idiotas.
“Más
le vale que no se vuelva a repetir, Bieber. Sabe que a la próxima
visita a dirección le expulsaran del instituto, y puedo
asegurarle que como siga así no tardará mucho.” El
silencio invadió la clase. La mirada del profesor daba a
entender que lo decía en serio. Entendía su
comportamiento, si yo fuera él y tuviera alumnos así no
sé qué haría.
“No
hará falta, no se preocupe.”
Dirigí
mi vista hacia Justin. Vi como se sentaba en el único sitio
vacío, y como tiró su mochila al suelo. No apartó
la vista del profesor hasta que él se fue hacia su mesa, dando
por finalizada la conversación. Observé como Justin
miró hacia donde yo estaba, y realmente me sorprendió.
Si mal no recordaba jamás había puesto sus ojos encima
mía.
Su
mirada era neutra y su rostro era serio. Al cabo de unos segundos
decidí apartar la vista, ya que él no parecía
tener intención de hacerlo. No es que me sintiera intimidada,
es que alguno de los dos tendría que apartarla en algún
momento.
El
profesor empezó a explicar el tema donde lo habíamos
dejado la semana pasada, y teniendo en cuenta que me convenía
poner atención para así aprobar el examen, empecé
a escribir todo tipo de apuntes.
La
clase terminó antes de lo esperado. Asombrada por ello, cogí
mis cosas y me dirigí hacia la siguiente clase. Me había
aprendido el horario, así que no me suponía ningún
problema encontrar el aula.
Poco
después la encontré. Al llegar ya había personas
dentro. Caminé hacia uno de los sitios libres e hice lo mismo;
colocar las cosas necesarias. Matemáticas a segunda hora.
Detestaba esta asignatura, nunca se me dieron bien los números.