"Hoy se vuelve nada lo que sientes, sabes bien que las palabras mienten; nunca digas siempre."

lunes, 26 de noviembre de 2012

1.

Nunca digas siempre
Capítulo 1
¿Qué hay de mí?”




La lluvia seguía cayendo y parecía que no iba a parar nunca. Siempre me había gustado levantarme con aquel sonido, así que de algún modo me sentía bien. Aunque poco me duró ese bien estar, ya que caí en la cuenta de que era lunes. Volvía a empezar una semana más, y eso se podía traducir a rutina. Cada mañana era lo mismo; las mismas pocas ganas de encontrarme con los estúpidos de mi clase, de soportar sus bromas -a las que yo no les encontraba ni la más mínima gracia- y a estar atenta en todas las asignaturas. Además, de por sí detestaba madrugar.


Al salir del baño, echándome agua para despertarme del todo, bajé las escaleras hacia la cocina. Mis padres estaban despiertos, como cada mañana, ya que empezaban a trabajar a la misma hora que yo empezaba las clases.


¿Qué tal has dormido, Malena?” Mi madre levantó la vista de su revista, sonriéndome.


Bien, mamá. Como cada noche.” Coloqué en una taza leche, sentándome al lado de mi padre. Él me sonrió y besó mi cabeza, algo que hacía cada mañana. Cogí cereales y me dispuse a desayunar.


Recuerda que hoy cuando vengas nosotros no estaremos. Tu padre y yo tenemos que trabajar hasta tarde.” Dirigí mi mirada hacia mi madre, dándome cuenta de que no recordaba que hubieramos tenido esta conversación antes. De todos modos asentí, ya que no me apetecía hablar.


Confiamos en que puedas estar sola en casa, cariño. No sabemos a que hora llegaremos, pero intentaremos que sea lo antes posible.” Mi padre levantó la vista de su periódico, mirándome seriamente.


Está bien. Me tengo que ir al instituto, nos veremos a la noche. O cuando volváis a casa.” Puse la taza encima del mueble de la cocina, al igual que los cereales. Fui a mi habitación, me eché colonia y cogí la mochila. Bajé las escaleras de nuevo y me dirigí hacia la puerta.


Hasta la noche. Diviértete en el instituto.”


Después de oír esas palabras cerré la puerta. Me reí por dentro ante la idea de divertirme en clases. Ya que ir allí era un antónimo de diversión. Caminé hacia el instituto. Por el camino pensé en mis padres. ¿Acaso me conocían? ¿Se habrían tomado alguna vez su tiempo en pensar en mí? ¿En mis gustos o ambiciones? ¿O solamente me veían como a un individuo más en esa casa? ¿Como alguien a quien mantener? Pensando en mis cosas llegué antes de lo esperado, miré la hora y me dí cuenta de que quedaban cinco minutos para el comienzo de las clases.


Me dirigí hacia la parte de atrás del recinto, donde solía ir a la hora del recreo. No me apetecía esperar en los pasillos ya que eso conllevaría ver a mis compañeros, algo que prefería no hacer. Me senté en uno de los bancos, al lado del gran árbol. Dejé la mochila a un lado y opté por coger uno de los libros que había empezado hacía poco.


Aunque pareciera totalmente extraño a mi edad, la lectura era algo que me apasionaba.


Desde hacía un par de años nunca me había aficionado a ello, supongo que no había encontrado el libro adecuado. Una vez leí: <<Siempre hay espacio para una historia que puede transportar a la gente a otro lugar.>> y la verdad es que era cierto.


Sin apenas darme cuenta oí el horrible sonido de la campana; muy a mi pesar guardé el libro, cojí la mochila y me dirigí a clase. Por el camino tuve que toparme con las miradas de todos, aunque ni siquiera me prestaban atención. Siempre había sido la chica invisible para los ojos de los demás, y siendo sincera quería que las cosas siguieran así.


No preocupaciones, no problemas, no escándalos, no cotilleos ni palabras a mis espaldas. Simplemente nadie me prestaba atención, y me había acostumbrado a ello.


Entré por la puerta y me senté en el mismo sitio de siempre. Supongo que era algo común en mí, normalmente me dejaba llevar por la rutina. Coloqué lo necesario encima de la mesa y al cabo de unos minutos el profesor entró a clase. Biología a primera hora.


Bienvenidos alumnos. Pasaré lista y seguiremos donde lo dejamos en la última clase.” Dejó sus cosas en la mesa y colocándose en su silla, empezó a decir nombres. En ese momento tocaron a la puerta. “¿No dijimos que no volvería a ocurrir? No sé qué hacer con usted.”


No se enfade, debería sentirse halagado por el hecho de que haya venido a su clase. A muchas ni siquiera vengo.” Justin entró en clase, haciendo que los demás rieran ante su comentario. A este tipo de personas me refería cuando los califiqué por idiotas.


Más le vale que no se vuelva a repetir, Bieber. Sabe que a la próxima visita a dirección le expulsaran del instituto, y puedo asegurarle que como siga así no tardará mucho.” El silencio invadió la clase. La mirada del profesor daba a entender que lo decía en serio. Entendía su comportamiento, si yo fuera él y tuviera alumnos así no sé qué haría.


No hará falta, no se preocupe.”


Dirigí mi vista hacia Justin. Vi como se sentaba en el único sitio vacío, y como tiró su mochila al suelo. No apartó la vista del profesor hasta que él se fue hacia su mesa, dando por finalizada la conversación. Observé como Justin miró hacia donde yo estaba, y realmente me sorprendió. Si mal no recordaba jamás había puesto sus ojos encima mía.


Su mirada era neutra y su rostro era serio. Al cabo de unos segundos decidí apartar la vista, ya que él no parecía tener intención de hacerlo. No es que me sintiera intimidada, es que alguno de los dos tendría que apartarla en algún momento.


El profesor empezó a explicar el tema donde lo habíamos dejado la semana pasada, y teniendo en cuenta que me convenía poner atención para así aprobar el examen, empecé a escribir todo tipo de apuntes.


La clase terminó antes de lo esperado. Asombrada por ello, cogí mis cosas y me dirigí hacia la siguiente clase. Me había aprendido el horario, así que no me suponía ningún problema encontrar el aula.


Poco después la encontré. Al llegar ya había personas dentro. Caminé hacia uno de los sitios libres e hice lo mismo; colocar las cosas necesarias. Matemáticas a segunda hora. Detestaba esta asignatura, nunca se me dieron bien los números.

domingo, 9 de septiembre de 2012

He cancelado la historia.




Al cabo de pensármelo durante una semana o incluso más, he llegado a la conclusión de que voy a cancelar esta historia. Las razones son varias: Primera, me he cansado del desarrollo de la historia. Segunda, no me llenan ni me gustan los capítulos que he escrito, ni los que ya tengo escritos. Tercera, me he aburrido de ella. Sinceramente pensé que me iba a gustar, ya que al principio la empecé con muchas ganas y mucho entusiasmo pero a medida que he ido escribiendo se me ha ido ese entusiasmo.



También quiero avisar, por las pocas personas que estén leyendo esto: voy a empezar otra historia. También trata sobre Justin, eso es obvio. Va a ser totalmente diferente a "Ilusiones rotas de recuerdos" la historia que voy a cancelar, así que espero que si alguien la lee, le guste. El personaje de la chica (en este caso tú, claro está) creo que seguirá llamándose Malena, a no ser que quiera cambiarle el nombre. También he decidido que si queréis podéis dejarme un comentario aquí o en Twitter (hay un enlace de mi Twitter en la columna de abajo), proponiéndome diferentes nombres para la protagonista, en el caso de que no os guste Malena.



Ya está todo dicho. Cancelo esta historia y dentro de un par de días subo el primer capítulo de otra historia completamente diferente. Vuelvo a repetir que el protagonista seguirá siendo Justin, eso no va a cambiar.


Gracias a las pocas personas que estén leyendo, agradecería que si lo hacéis le dierais al botón de abajo donde pone "he leído" ya que así tengo una mínima idea de cuántas personas lo han leído. No hace falta que tengas una cuenta de Blogger, puedes darle al botón, no se necesita nada.



Espero que no os haya molestado el hecho de que haya cancelado esta historia, supongo que no pues tampoco tenía muchas lectoras. De todas maneras espero que os guste la próxima que voy a escribir y subir aquí. ¡Gracias de nuevo por leer!

viernes, 31 de agosto de 2012

"Ilusiones rotas de recuerdos" Capítulo 2


CAPÍTULO 2




La vida no siempre es como creemos. A veces puede tratarte bien, y otras veces puede tratarte mal. Pero ni todo es tan malo como parece, ni todo es tan bueno como nos hacen creer de pequeños. Las decepciones, los engaños, los problemas... Todo se convierte en dolor al fin y al cabo. Las alegrías nos hacen ver la vida de otra manera, con otros ojos. Nos hacen creer que por muy cabrona que se haya comportado contigo la vida, siempre tiene una segunda oportunidad. Pero el dolor nos hace ver la vida de color negro. Nos hace sentirnos vulnerables, y muertos por dentro. Todo depende de cómo te haya tratado la vida, o de cómo te vaya a tratar, así la tratarás tú a ella.



Sus ojos tardan en acostumbrarse a la luz que entra por la ventana. Sigue tumbada en la cama, no tiene pensado levantarse. Se frota los ojos y dirige su mirada hacia el motivo de su despertar. La persiana de la ventana ha vuelto a abrirse. Gruñe por lo bajo y se da la vuelta en el colchón, no quiere levantarse. Su pelo suelto tapa la mitad de su rostro, y el ojo izquierdo. Sabe que su cabello está hecho un desastre al haber dodmido, pero eso a Malena no le importa lo más mínimo. Un suspiro de su boca, y vuelve a cerrar los ojos.



(En otro lado de la ciudad, unas horas antes)


Se sienta en el frío suelo de la cocina, parece que su vida acaba de desplomarse. Aprieta fuerte sus manos y las convierte en un puño. Cierra sus ojos color miel, ahora reflejan odio en su mirada, y el color miel se convierte en marrón tras el escozor de las lágrimas. Siente como una tonelada de ladrillos le golpea. Fuerte, rápido, y entonces un grito sale de su boca. Lágrimas salen de sus ojos, rozando sus rojizas mejillas. Abre los ojos, otro grito, ahora más fuerte y desgarrador.


—No te tenías que haber ido —vuelve a cerrar sus ojos, las lágrimas hacen que no vea con claridad. Coloca su cabeza en la pared, flexiona las piernas y apoya sus manos en sus rodillas —Perdóname, yo no quise que esto acabara así...


Recuerdos borrosos le vienen a la mente. Quiere dejar de pensar en ello, pero no tiene fuerzas. Su corazón palpita más rápido de lo normal, un escozor le hace gritar de nuevo. “—¿Se puede saber qué te pasa, Justin? —¿Me quieres dejar en paz? —No me hables así. Soy tu padre. —¡No me vengas ahora con esa mierda! Nos abandonaste. Te fuiste y dejaste a tu familia de lado. Has estado cinco putos años sin pisar esta casa, sin hablar con mamá... ¿Quieres que te trate como a un padre? Tú dejaste de formar parte de mi vida cuando cruzaste esa puerta. —¡Ni se te ocurra volver a decir eso! ¡Soy tu padre, te guste o no! —Para mí no eres nadie.” Sus últimas palabras fueran esas. Ni un adiós, ni un te quiero, ni siquiera un hasta pronto. Siente tanto dolor dentro que piensa que va a morir ahí mismo. Jeremy, su padre. Las últimas palabras que escuchó de su boca fueron esas. Las últimas palabras que escuchó de su hijo antes de su accidente, y antes de su muerte. Justin se odia a si mismo por haber dicho todo eso. Se dejó llevar, tenía tanto dolor dentro. Hacía tantos años que no le veía. Las palabras le salieron solas, parecían cuchillos clavados dentro de él. Ahora se arrepiente de cada palabra.


—Me dijiste que ibas a estar siempre a mi lado, joder —su voz suena más ronca debido al cúmulo de lágrimas. Respira con esfuerzo —¿Tanto cuesta cumplir una puta promesa? ¿Tanto cuesta...?


No quiere seguir tirado en el suelo. Intenta incorporarse poco a poco, aunque su vista es borrosa. Sus ojos brillan como nunca lo han hecho hasta ahora. Consigue levantarse y camina, sin rumbo. Nuevas lágrimas resbalan por sus mejillas hasta caer en su brazo. No recuerda haber llorado de esta manera en su vida. Tampoco recuerda haberse sentido tan mal, ni recuerda haber echado tanto de menos a alguien. Sus manos temblorosas se apoyan en el mármol de la cocina, se siente débil. Suena un pitido en el bolsillo de su pantalón. Sin ninguna expresión en su rostro mete la mano, saca su móvil y observa la pantalla.


Dime que estás bien. Llámame, contesta mis mensajes, vuelve a casa. Me estás haciendo sufrir, Justin.” Es el número de su madre, Pattie. Recuerda entonces que al enterarse del accidente de su padre salió corriendo de casa. Escuchó los gritos desesperados de su madre, pero no le importó. Tenía que desaparecer de ahí, de donde habló por última vez con su padre. Salió corriendo sin saber hacia dónde iba. Al cabo de horas caminando encontró una antigua casa, y entró sin pensárselo dos veces. Seguía estando ahí desde entonces.


—No puedo mamá... —un sollozo al acabar de decir la última palabra. Le viene a la cabeza el recuerdo de ella, y de sus hermanos pequeños. Un ligero punchazo en el pecho, y más lágrimas vuelven a salir —Ahora no puedo volver a casa. No puedo recordarle... Perdóname.



(En la otra casa, a las afueras de la ciudad)


Contempla la pequeña y vieja casa desde fuera, no entiende como ella puede vivir en un lugar así. Los colores están apagados, las persianas tienen más de dos arañazos, y el aspecto de la casa al exterior no te hace pensar en un hogar. Resopla, coloca las llaves en la cerradura y abre la puerta. Silencio, aunque está acostumbrado. Se remueve el cabello y se dirige hacia el final del pasillo, la habitación de la derecha. No toca la puerta, sabe que está abierta. Avanza decidido y la ve tumbada en la cama, con el cabello alborotado, la ropa arrugada, y los ojos cerrados. Al verla así en la cama, de repente nota una sensación de calor por el cuerpo. Se sienta a un lado, y siente ganas de besarla. Contempla sus labios. No sabe el por qué, pero Malena consigue siempre excitarle.


—Eres irresistible —susurra mientras se acerca a ella. No lo piensa, junta sus labios con los de Malena. Ella abre los ojos, entre asustada y dormida, y lo quita de encima. Sus labios saben con un ligero sabor a alcohol. Ha estado bebiendo.
—¿Qué haces Ryan? —su voz suena enfadada. Él se ríe, ha conseguido despertarla. Vuelve la vista hacia los labios de Malena y muerde su labio inferior.
—Es que por las mañanas estás tremendamente apetecible —una media sonrisa por parte de él, se vuelve a acercar a ella —Déjame hacer entretenida la mañana.

domingo, 26 de agosto de 2012

"Ilusiones rotas de recuerdos" Capítulo 1


CAPÍTULO 1






(Tres años atrás, una fría noche de Noviembre)


Se deja caer en el suelo y empieza a llorar. No le importa derramar lágrimas por alguien que no se las merece. Sólo quiere soltar todo lo que lleva dentro. Sigue llorando. Para de vez en cuando para respirar y coger el aire que le hacen falta a sus pulmones. Respira forzosamente. Las lágrimas en sus ojos le impiden ver con claridad. Cierra los ojos y apoya la espalda en el mueble viejo de aquel baño. Coloca las piernas flexionadas, y en un intento de desaparecer del todo, esconde su cara en sus rodillas. Vuelve a llorar. Esta vez mucho más fuerte.

—¡Te dije que llegaría tarde! —vuelve a gritar John.
—Tu hija y yo hemos estado esperándote. Hoy es su cumpleaños ¡Cumple catorce años, John! —grita desesperada —Y tú ni siquiera has estado aquí. Tu hija no ha podido celebrarlo contigo. ¡Con su padre!
—No quiero oírte —se sienta en el sofá.
El alcohol le sube rápido, y la cabeza le empieza a dar vueltas. Le da una patada a la mesa, que está en frente del sofá. Elísabet le mire atónita. No entiende como ese hombre, del que estaba enamorada, ha cambiado tanto. Se levanta del sofá y se acerca a ella. Está muy furioso, y la bienvenida que ha recibido no le ha gustado.
—Contrólate, John. No quiero que las cosas acaben como la última vez —levanta la voz. Intenta mostrarse firme. No quiere que vuelva a ocurrir.
—Me controlaré si me da la gana. ¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡No se te ocurra hacerlo! —grita enfurecido. La coge de los brazos y la golpea contra la pared —¿Tanto significa el cumpleaños de esa cría? ¡¿Tanto para que me tengas que hablar así?! —la golpea con más fuerza. Ella grita de dolor —¡Contesta! ¿Tan importante es ella como para quererla más que a mí? —Elísabet intenta zafarse.
—Ella es tu hija, John. ¡Es tu hija! ¡No es una cualquiera!
—¡Para mí si! Ella no es nada. ¡¿Te queda claro?! ¡Malena no es nada!

Las lágrimas de dolor y rabia envuelven las mejillas de Elísabet. No puede creer que haya dicho eso. Reza para que su hija siga durmiendo y no haya oído nada. Su hija, Malena. Un escozor le quema por dentro. No quiere que ella escuche nada. No quiere que ella se de cuenta. Ella, que es lo mejor que la ha pasado en la vida. El regalo más grande. La única persona que es capaz de alegrarle con su sonrisa. La hace tan feliz. La quiere como a su propia vida. Es más, ella es su vida entera. Por ella ha renunciado a muchas cosas. Pero no se arrepienta de ninguna decisión. Ella, su preciosa hija.

Jonh no es capaz de controlar toda la rabia que lleva dentro, y la golpea. Una vez más. Otra. Por cada golpe se siente más fuerte. El último golpe le ha hecho daño, pero no decide parar. Vuelve a golpearla. Siente que la rabia desaparece pero no es capaz de controlarse. Otro golpe. Elísabet tiene la cara cubierta de sangre. No le importa. El amor que sentía hacia ella; todo ese amor que hacía que su corazón palpitara tan rápido nada más verla. Todo ese mismo amor se ha convertido en rabia. Y esa rabia se ha convertido en dolor.

—¡Mamá! ¡¿Qué estás haciendo con ella?! —grita la pequeña de la casa al salir del pasillo. Se lleva las manos a la boca y grita horrorizada —¡Déjala en paz, déjala!

John deja de golpear a Elísabet, y gira la vista al oír la voz de Malena. Se queda parado. Tiene manchas de sangre en las manos. Su mujer sigue en el suelo, no parece abrir los ojos. Malena le mira con rabia y dolor en sus ojos. Sin pensarlo dos veces, huye. Echa a correr. Baja por las escaleras de aquel piso. Sale a la calle y sigue corriendo. No mira atrás. La sangre en las manos y un poco de ella esparcida en su cara, hace que las personas que caminan por la calle se asusten al verle.

—Mamá, por favor... —no es capaz de controlar las lágrimas de sus ojos. Está apoyada a su lado —No me dejes. No quiero estar sola. No quiero estar sin ti...
Ha visto como John ha desaparecido. Se seca las lágrimas con la otra mano y vuelve la vista hacia su madre. Sigue en el suelo.
—M.a.len.a —consigue hablar en un susurro —Tod.o va a est.a.r b.ie.n —le aprieta con fuerza la mano. Quiere creer que su madre lleva razón. Elísabet abre con lentitud sus ojos. Se encuentra con los de su hija, y hace una pequeña mueca sonriendo —Vam.os a est.ar bien.
—Ese mal nacido no volverá a hacerte nada. No volverá a verte, ni a mí tampoco —habla Malena con seriedad. La rabia y el dolor la vuelven a invadir al pensar en él —Vamos a estar bien —y las dos muestran sus sonrisas.


Malena ha estado con su madre las veinticuatro horas del día siguiente. Los médicos les dan esperanzas. Ella cree que puede salir de todo esto y empezar una vida nueva. Pero quiere empezarla junto a su madre. Por la noche tienen que llevarse a Elísabet al quirófano. Ha surgido un grave problema. Ella mantiene la gran esperanza de que en un momento a otro, saldrá alguien para decirle que su madre está bien. Y que pronto podrán salir del Hospital. Pero al cabo de veinte minutos la mala noticia llega a los oídos de Malena: los médicos no han podido hacer nada.

Destrozada y hundida llora durante largos minutos, grita de dolor, golpea las cosas por rabia. Su madre ha muerto y ella no ha podido hacer nada. El causante de su muerte es John, lo tiene claro. Quién debería haber muerto es él. Ella no merecía acabar así. Elísabet, su madre, no se merecía esto. No acepta la idea de que su madre se ha ido, no sin ella. No dejándola a ella sola. No después de haber oído sus últimas palabras: <<vamos a estar bien>>. Creyó que llegarían a estar bien y a ser felices. Sus ojos vuelven a cerrarse, mostrando nuevas lágrimas correr pos sus blanquecinas mejillas. Un grito ahogado, de donde sale el dolor que lleva dentro.

—¿Cómo voy a ser capaz de seguir? Tú eras lo único que tenía, mamá. Y ya no estás —esconde su cara entre sus rodillas y coloca sus manos en su cabeza.

Nuevas lágrimas que hacen que su dolor se intensifique más, y que sus ojos se hinchen y se conviertan en un color rojo. No consigue recordar un día en el que haya llorado tanto como en ese mismo instante, aún teniendo las grandes discusiones de sus padres en casa. Aún habiendo oído las súplicas de su madre y los gritos de dolor después de que John volviera a pegarla. Ninguna de esas noches han sido tan dolorosas como ésa misma. Nunca ha echado de menos a alguien, salvo ahora mismo.